domingo, 27 de abril de 2014

Un caso para PAKTO (Ein Fall für TKKG), von Stefan Wolf

Recuerdo mi infancia con un libro entre las manos y una fijación en la cabeza: encontrar un lugar con suficiente luz en el que leer a gusto. Tal vez no triunfé excesivamente en esa segunda empresa, como demuestran los gruesos cristales de mis gafas, pero el número de historias que devoré sí que hace que me sienta orgulloso.

Parte de esta cantidad se la debo a la saga 'Un caso para PAKTO'. Mi colegio contaba con un ejemplar de todos los libros que la conformaban y yo, como buen lector y estudiante modelo (empollón, que dirían algunos) me encargué de tacharlos a todos de mi lista.

Este curso, unos cuantos años después, he retomado la saga como parte de mi inmersión en la cultura y la lengua alemana. Y anuncio con orgullo que he llegado a la última página de uno de ellos. Se trata de uno que adquirí en un intercambio de libros y que había estado en mi poder unos cuantos meses... sin haber conseguido terminarlo. Ahora que lo he hecho, no sólo me siento un poco mejor conmigo mismo, sino que una parte de mi infancia ha salido a la luz y mi conocimiento de la parla germana ha dado un pequeño paso más hacia adelante.

Lo mejor de todo es que ha llegado a engancharme. A pesar de haberla leído ya (hace cosa de una década) y de las dificultades que entraña el idioma, la historia es tan auténticamente alemana que me apetecía seguir leyendo para sumergirme más a fondo en mi país de acogida. Y vale que se trata de un cuento para niños, pero la trama me resultaba lo suficientemente entretenida, con final sorprendente incluido.


Además, durante una pequeña investigación para un trabajo de la universidad, descubrí que esta saga, escrita por Stefan Wolf, ocupa un lugar destacado en cuanto a literatura infantil y juvenil en el país germano. Un motivo más para continuar con su relectura.

lunes, 14 de abril de 2014

Palabras inventadas: segunda parte

Vuelvo al mismo tema, porque resulta que no sólo Shakespeare se inventó palabras a su antojo. Ahí tenemos a grandes nombres de la literatura universal, como Julio Cortázar o Lewis Carroll, que han hecho de sus respectivos lenguajes un mundo más rico. Vayamos por partes.

Julio Cortázar incluyó en su obra Rayuela un capítulo redactado en un lenguaje inventado, al que bautizó como 'Gíglico'. El capítulo entero está escrito en este nuevo idioma... Y él se quedó tan ancho. En su favor hay que decir que esta nueva lengua sigue las mismas normas de puntuación y escritura que el español, del que también toma unas cuantas palabras, y que es fácil imaginar lo que describe. También podríamos comentar que tal vez se inspiró en el otro autor que he mencionado: Lewis Carroll.

Pues sí. Y es que Cortázar no fue el único en jugar con las palabras; Lewis Carroll también hizo malabares con el inglés e incluyó en Alicia a través del espejo (Alice through the looking glass) el 'Jabberwocky', un bonito poema en el que la práctica totalidad de las palabras son inventadas: no existían antes de salir de su mente. No obstante, lo más destacable es que algunos de estos términos no sólo saltaron de su mente a su pluma, sino también del libro al diccionario. Términos recogidos por el Oxford dictionary como 'chortled' o 'frabjous' proceden única y exclusivamente de esta indescriptible pieza poética.

Sin embargo, lo mejor de todo es que existen traducciones al español de este poema: por ejemplo, una escrita por Jaime de Oceda en 1973, que recibe el nombre de 'Galimatazo'; o la traducción de Jorge A. Sánchez, de 1996, bautizada como 'Flabistanón'. Hasta tres nuevos idiomas, creados a base de palabras inventadas, surgidos de un único poema...

Y ahí no acaba la cosa. Ya verás.


sábado, 12 de abril de 2014

Palabras inventadas. Primera parte

Se dice que William Shakespeare, el celebérrimo autor británico, es también responsable de la acuñación de hasta 1.700 nuevos términos. '¿Cómo es posible?' Te preguntarás. Al fin y al cabo, 1.700 palabras son muchas. Pues hay una serie de explicaciones, a cada cual más lógica.

Por aquel entonces, para empezar, no había una estricta gramática inglesa que recopilara todos los términos existentes. También era una época en la que no todo quedaba recogido por escrito y no se puede decir, ni mucho menos, que los documentos de por aquel entonces perduraran en el tiempo. Por esta razón, es probable que se le achaquen palabras que ya existían. Él simplemente las escribió en documentos lo suficientemente duraderos. De hecho, sumando las palabras que ya existían pero que aparecieron por primera vez en un texto escrito en una obra de Shakespeare, llegamos a las 2.000. Recordemos que el inglés, además, en el siglo XVI era una lengua relativamente nueva y había poca literatura en ese idioma.

Sin embargo, el motivo fundamental por el que acuñó tantos nuevos términos era que si no existía una palabra que él necesitaba, sencillamente se la inventaba. Aunque parezca una locura, es un mecanismo de lo más dinámico, imaginativo y práctico. Además, reconozcámoslo, todos lo hemos hecho en algún momento. Lo que no podemos negar es que, gracias a su inventiva, hoy en día contamos con voces como lonely (solitario), to hurry (apresurarse) o to undress (desvestirse) Y podríamos añadir otras como assassination, cold-blooded, bedroom o birthplace... hasta superar las 1.700.


Resulta fascinante no sólo porque a veces se puede entrever el proceso de creación de la palabra en cuestión, sino porque la mayoría de ellas siguen en uso hoy en día. Supongo que no es más que otro ejemplo de la enorme influencia que tuvo el dramaturgo... y que sigue teniendo.