Ya he comentado alguna vez que hay libros que, sin tener un hilo argumental
definido, consiguen transmitir todo tipo de sensaciones e incluso enganchar.
Son libros tal vez un poco extraños, que no se pueden resumir, pero que tienen
otros recursos para convencer: un estilo definido, un humor refinado, unos
sentimientos especialmente intensos…
Supongo que esto último es lo que ha conseguido Julio Llamazares en Distintas formas de mirar el agua. Basa
su libro en un momento puntual, localizado en el tiempo y en el espacio, con
una gran carga emocional. Bebe del pasado y del recuerdo para llenar una página
tras otra, una historia tras otra, y completar un emotivo libro.
En realidad, se ha puesto en la piel de distintas personas y ha volcado
todos sus sentimientos y pensamientos en cada capítulo. Esto tiene el lado
positivo de que resulta mucho más fácil empatizar con cada uno de los
personajes pero, al mismo tiempo, da la impresión de que detrás del libro
apenas ha habido planteamiento previo. No ya porque las frases a veces resulten
absurdamente largas o porque la escritura no haya sido tan cuidada como debería,
sino también porque el número de historias se hace un poco abrumador.
Tal vez no entiendas muy bien a qué me refiero, pero ya sabes que no me
gustan los spoilers (uno de los pocos
anglicismos que tolero) y cualquier explicación extra daría demasiadas pistas.
Sin embargo, aun así te recomiendo que le des una oportunidad y, si lo haces, me
entenderás.