viernes, 30 de enero de 2015

El tiempo entre costuras, de María Dueñas

No me cansaré de decirlo: nunca leo las sinopsis de los libros. Ni ninguna página intermedia, ni la contraportada ni críticas más largas de lo necesario. Ni siquiera las frases con gancho que suelen aparecer en la portada, debajo del título, y que también dejan entrever demasiada información. Sí que es cierto, no obstante, que a veces caigo en la tentación de hacerlo cuando ya he terminado el libro en cuestión, bien por curiosidad, bien porque es una forma de aferrarme a la historia una vez ha finalizado. También puede ser por las dos cosas.

El caso es que eso mismo me ocurrió con El tiempo entre costuras, esa novela que estuvo presente en todos los escaparates cuando fue publicada, allá por 2009. Después de haber devorado las páginas por docenas, sentí la necesidad de ver qué decía la sinopsis... y me encontré con un resumen detallado y completo de las primeras cuatrocientas páginas. Por suerte, también me topé con una descripción que reflejaba perfectamente mi opinión sobre el libro: “El tiempo entre costuras avanza con ritmo trepidante por […], la memoria y la nostalgia”.

Efectivamente, uno no puede dejar de leer. Línea a línea, página a página, la historia que la autora (y la protagonista) van tejiendo está llena de acción, de descripciones deliciosas, de sucesos, de ganas de saber más. Es una de esas novelas en las que la realidad y la ficción se entrecruzan sin un límite definido y que sumen al lector en un mundo tan lejano como cercano, tan ficticio como real. Las ganas de aprender más afloran casi desde el primer capítulo y el único impedimento para salir corriendo en busca de una enciclopedia o de un ordenador con conexión a Internet es el hecho de que resulta casi doloroso dejar el libro de lado y parar de leer aunque sea durante unos minutos.

Nada más que añadir. Sólo recomendarte encarecidamente este libro si buscas una novela que hable de la historia reciente de España. De momento, yo me voy, que tengo que seguir leyendo si quiere cumplir mi nuevo propósito de un libro por semana.

miércoles, 28 de enero de 2015

Propósitos de año nuevo

Con la llegada del 2015, salieron a la luz los eternos propósitos de año nuevo. Salir menos y estudiar más, ir al gimnasio o aprender un nuevo idioma son algunos de los clásicos. El que hoy nos ocupa es un poco distinto y, sin embargo, es el que más me llamó la atención y el único que pretendo cumplir... en la medida de lo posible.

Dicho propósito, señoras y señores, consiste en leer un libro a la semana. Está claro que hay que fomentar la lectura y que leer nos abre la mente y las puertas de todo tipo de universos fantásticos (o no tan fantásticos). También nos enseña a redactar, a escribir y, por qué no, nos puede ilustrar acerca de distintas partes del mundo y de distintos periodos históricos. Nadie que se haya leído Las aventuras del Capitán Alatriste tendrá problemas para describir el Siglo de Oro de la literatura española, del mismo modo que muchos lectores de Canción de hielo y fuego conocen mejor la historia de los distintos reinos de Poniente que los de cualquier país real.

En fin. Yo no necesito excusas para leer, me basta con un libro en buen estado y la suficiente luz. Sin embargo, voy a intentar cumplir con el propósito, o acercarme tanto como pueda. Existe el riesgo de que acabe rechazando algunos libros simplemente porque son demasiado largos y no me permitirían llegar a la cifra deseada, y eso no es bueno, pero al menos tengo un motivo para llevar la cuenta de todos los títulos que vayan pasando por mis manos.

¡Hasta 2016!

domingo, 25 de enero de 2015

El hombre que quería ser feliz, de Laurent Gounelle (traducido por Álvaro Abella)

Por lo visto, Laurent Gounelle es un experto en desarrollo personal y ha conversado con todo tipo de especialistas en espiritualidad, desde sabios balineses y chamanes peruanos hasta neurocientíficos occidentales. Yo no sabía nada de esto cuando saqué el libro de la biblioteca y mi única referencia era No me iré sin decirte a dónde voy (un libro qe me leí hace años y que me entusiasmó), pero es lo que figura en la contraportada.

Efectivamente, en El hombre que quería ser feliz, Laurent Gounelle saca a relucir esta faceta de especialista en esperitualidad y sume al lector en un mundo de positividad, optimismo y aromas orientales. Es casi un manual de autoayuda en el que uno aprende mucho sobre cómo gestionar las emociones y en qué basar las decisiones que tomamos. Puede ayudar al lector en situaciones difíciles y, si no es el caso, al menos le proporcionará unos días de entretenimiento y de lectura ligera.

La verdad es que no tengo mucho más que añadir. Sus 141 páginas se pueden resumir en estas sencillas palabras y, aun así, eso no quiere decir que no lo recomiende. Sin embargo, puestos a elegir, me sigo quedando con No me iré sindecirte dónde voy.

martes, 13 de enero de 2015

A Walk in the Woods, by Bill Bryson

Otro viejo conocido. Creo que nunca me he leído ningún libro suyo entero pero sí que estaba familiarizado con su estilo y me gustaba. También sabía que muchas veces escribía sobre sus viajes, algo que siempre es un punto a favor. En definitiva, mi lado práctico decidió que esta elección sería tan buena como cualquier otra, lo saqué de la biblioteca y me dispuse a dedicarle parte de mis vacaciones de Navidad.

Tengo que reconocer que las primeras páginas me desmotivaron un poco. Cierto, él escribe muy bien (mejor dicho, de una forma que conecta conmigo) y el tema parecía razonablemente atrayente... Sin embargo, la profusión de términos específicos - ya fuera por la variante estadounidense o por el tema en cuestión - hizo que incluso me costara seguir el hilo. En mi línea, no obstante, seguí avanzando y me encontré con una historia divertida, simpática y, sobre todo, que me trajo muchos recuerdos.

Resulta que en Estados Unidos existe algo llamado 'the Appalachian Trail' (el camino apalache), una senda de más de 2.000 kilómetros de largo parecida al Camino de Santiago, pero más alejado de la humanidad y sin ningún tipo de origen religioso. Quienes se proponen recorrerlo a pie en su totalidad, y eso es precisamente lo que hizo Bill Bryson y lo que le dio material suficiente para escribir un nuevo libro, pueden tardar meses en completarlo, y el porcentaje de infelices que abandonan antes de llegar a la meta es muy alto.

A Walk in the Woods, sin embargo, no es sólo el relato de un paseante aficionado. Es un libro entretenido y ameno, cargado de divertidas anécdotas y de sutiles, o no tan sutiles, críticas a la sociedad y el gobierno estadounidenses (Bill Bryson vivió muchos años en Inglaterra, pero es originario de Iowa). Con su lectura se puede aprender no sólo cómo acampar al aire libre en cualquier época del año o a defenderse de los osos, sino también qué especies son más emblemáticas de cada Parque Nacional de la costa este norteamericana o cuántos metros camina cada semana un ciudadano medio en Estados Unidos. Sí, he dicho metros: la cifra es tan baja que no merece la pena pasarla a kilómetros.

Ya he mencionado la única pega, y es que no estoy familiarizado con todos los nombres de animales, plantas y las partes del equipamiento de los “peregrinos”. Esto ha hecho que, en algunos momentos, me costara comprender lo que explicaba... O que lo hiciera pero no supiera a qué se refería. Sin embargo, creo que la palabra 'pega' tiene matices demasiado negativos y no debería usarla pues, al fin y al cabo, permite al lector aprender muchos términos nuevos. Por ello, te recomiendo en cualquier caso que le des una oportunidad y que no te desanimes si ves que no lo entiendes todo. Lo que entiendas, sin duda, merecerá la pena. Además, como bien ha dicho una profesora mía en una ocasión, de Bill Bryson hay que leer hasta el listín telefónico.

martes, 6 de enero de 2015

Le français... El francés

Es la primera entrada del año 2015 y, aunque tengo algunas entradas actuales in the making, he encontrado ésta que escribí el año pasado y no me he podido resistir a publicarla. Primero, porque he sentido algo de morriña al leerla y, segundo, porque si dejo que pase más tiempo, estará cada vez más desactualizada. Espero que disfrutes con ella y, sobre todo ¡feliz año nuevo!

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Ya he comentado alguna vez que, en un ambiente tan cosmopolita como es el Erasmus, estoy teniendo la oportunidad de mejorar no sólo mi alemán, sino también mi italiano y mi inglés. ¿Que qué pasa con el francés? Pues que se está quedando atrás.

Me explico. Sí que conozco a algunos franceses y francoparlantes varios, pero en general todos prefieren hablar en alemán o en inglés (comprensible, tienen que practicarlo) y yo tampoco insisto en cambiar de idioma porque me da un poco de miedo. Sí, has leído bien. Me asusta iniciar una conversación en francés con un nativo porque pienso que no voy a estar a la altura. Resulta que los franceses hablan muy rápido y muy bajito y, por mucho que haya sido capaz de coger cierta soltura y de conseguir un vocabulario bastante rico, si no entiendes lo que te dicen, la comunicación no fluye y los pobres francoparlantes se sienten tan desorientados que cambian irremediablemente al inglés.

Sin embargo, paranoias mentales aparte, tengo que confesar que es una lengua que me encanta. Cierto, suena un poco cursi e, insisto, me cuesta entenderlo; pero también tiene una musicalidad especial, un toque romántico y, para qué negarlo, no es especialmente difícil de aprender. De hecho, siempre di por hecho que sería mi segunda lengua en esta mi querida carrera de traducción e incluso me lo llegué a plantear como primera opción. Ahora que estoy a tope con el alemán, sólo me queda cruzar los dedos para no haberme equivocado... Espero que no, pero, en cualquier caso, le français me manque!