Esta tarde, ojeando un libro
sobre traducción, he visto la siguiente frase:
«Un texto difícil de traducir no
es motivo para torturar al idioma».
Es una frase que me ha gustado
especialmente. Puede parecer una perogrullada, pero es completamente cierta. En
el mundo laboral, hay muchas situaciones que nos pueden llevar a entregar una
traducción con la que no estemos totalmente de acuerdo por diversos motivos:
peticiones del cliente, coherencia con traducciones anteriores… A veces,
además, la falta de tiempo no ayuda y, sí, los textos difíciles pueden ser un
reto.
Por un lado, es mucho más bonito
traducir un texto difícil, porque son los que nos ponen a prueba y los que nos
llevan a mejorarnos. Por otro, puede ser que un texto complicado nos haga
conformarnos con un trabajo que, sin ser malo, no llegue al nivel de excelencia
que todo traductor debería buscar siempre. Bien por terminología, porque el original está
mal redactado o porque el tema es muy específico.
No obstante, secundo al cien por
cien la frase con la que he comenzado mi entrada. No hay excusas para entregar
una traducción que no sea excelente. Y, mucho menos, para torturar un idioma
que tantas cosas nos reporta.
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