jueves, 28 de febrero de 2013

La primera noche, de Marc Levy (traducido por Isabel González-Gallarza)


Lo confieso públicamente: amo a Marc Levy. Son muchos los autores franceses que han conseguido mi bendición, pero Marc se merecería un puesto de honor en esa lista, sobre todo ahora que acabo de finalizar la lectura de La primera noche.
Ya comenté hace tiempo (¡Lecturas recomendables!) que El primer día me había parecido un libro estupendo, pero no acaba ahí la cosa: resulta que hay una segunda parte, y ésta está a la altura de la primera.
Me daba miedo que la historia continuara, porque me parecía un final muy cerrado… en cierto modo. No sé si Marc había planeado una saga desde el principio o simplemente dejó la puerta abierta a la publicación de una novela más, pero lo cierto es que yo estoy encantado cada vez que me topo con un libro suyo en alguna librería o biblioteca, así que no le reprocho que haya seguido con la historia.
A lo que íbamos. Aunque La primera noche no alcanza el grado de perfección de Las cosas que no nos dijimos, es un libro que no me ha dejado indiferente. La forma de escribir de Marc (y de su traductora) me resulta muy amena, la historia da bastante juego y, para terminar, todo el conjunto engancha bastante. Además, los escenarios que se describen son de lo más variopinto y Marc se luce con algunas de sus frases: pequeñas joyas que no he podido evitar escribir para poder recordarlas siempre.
De hecho, voy a compartir contigo parte se sus sabias enseñanzas. From the very first page, así no desvelo gran cosa:
‘La felicidad nos vuelve distraídos’.

domingo, 24 de febrero de 2013

Y de la interpretación consecutiva pasamos a… ¡Interpretación simultánea!


Un nuevo cuatrimestre siempre llega cargado de sorpresas, novedades y todo tipo de desengaños (eso te pasa por pensar que podrías hacer el vago durante cuatro meses enteros). En mi caso, el sentimiento general ha sido de desconcierto ante lo que se me viene encima. Vaya todo por Dios. Sin embargo, no puedo evitar hablar acerca de algunas de mis primeras impresiones, y me toca empezar con la prima-hermana de la ya celebérrima consecutiva. Me refiero, bien sûr, a la interpretación simultánea.
¿Qué decir de ella? Supongo que lo primero que le llama la atención a cualquier primerizo en el tema y yo lo soy, son las cabinas de interpretación. Aunque apenas si son receptáculos de un par de metros cuadrados, encierran en su interior una tecnología abrumadora (abrumadora al menos para un informatinepto como yo): auriculares, micrófonos, paredes insonorizadas, un par de (proyectos de) intérpretes asustados…
Es cierto que parece complicada, que hará falta mucho esfuerzo y muchas horas de prácticas y que no podré recurrir a mi elaborada técnica de toma de notas, pero también tengo buenas vibraciones al respecto… basadas en mis dos únicas experiencias. Espero profundizar pronto y no cambiar demasiado de opinión; igual en mayo publico que dejo la carrera por culpa de esta asignatura. No, parece poco probable.

lunes, 18 de febrero de 2013

Bibliotecas


He decidido que soy el chico más guapo que hay en mi planta de Zacut en estos momentos... Pero también el más feo: resulta que soy el único. Bueno, eso lo omitiremos.
Y, en estos momentos de silencio, soledad y armonía con el mundo, no puedo evitar sentir cómo se multiplica mi amor por las bibliotecas (para el que no lo sepa, Zacut es una de las bibliotecas más populares de Salamanca y fue bautizada así en honor a un célebre astrónomo oriundo de la capital charra).
No puedo evitarlo. Me encanta la tranquilidad, el ambiente de estudio, el susurro de las hojas de apuntes, la luz que entra a raudales, el sonido de las teclas de los portátiles, las estanterías repletas de libros… Todos estos factores han contribuido a que pase tantas largas horas de estudio entre sus cuatro paredes (o las de cualquier otra biblioteca, he sido bastante promiscuo en ese sentido) y siempre he defendido que gracias a ellas he podido sacarme la carrera (o lo que llevo de ella) de forma decente. Además, para qué negarlo, son un bonito y adecuado punto de encuentro con compañeros de clase, amigos y conocidos: las interminables tardes de estudio resultan más llevaderas gracias a ellos. Y gracias a los enamoramientos temporales que, parece ser, abundan por estos lares. Bueno, eso también lo omitiremos.
Incluso me entusiasma el camino de ida. Vaya por donde vaya, siempre me encuentro con imágenes dignas de una postal que, he de admitir, me predisponen de forma favorable a que estudie mucho y bien. Eso ya no es mérito de las bibliotecas, pero lo contaremos de todos modos… O también lo omitiremos.
En fin, me voy a estudiar, que para eso estoy donde estoy.

jueves, 14 de febrero de 2013

Mi relación de amor-odio con... los ordenadores


Soy pésimo con la informática. Mi profesor puede dar fe de ello. Mi inteligencia disminuye un noventa por ciento cada vez que me siento delante de un ordenador y, si puedo actualizar este blog con relativa frecuencia, se debe exclusivamente a que es muy fácil - desde el punto de vista informático, claro está. Basta con escribir un texto en un programa que ya está instalado, abrir la página web correspondiente (además, mi contraseña no es complicada) y hacer un corta-pega (en este caso, moralmente válido) de lo que he escrito.
Sin embargo, no puedo evitar sentirme bastante inútil cuando pienso en la cantidad de cosas que se pueden hacer… y de las que yo soy totalmente incapaz. La red esconde un mundo de conocimientos y los informáticos han desarrollado una cantidad ingente de programas, a cada cual más complejo, destinados a facilitarnos la vida.
Sin embargo, no escribo porque quiera hacer publicidad del último modelo de la última marca, ni porque quiera fomentar el uso del ordenador. Nada más lejos de la verdad. Lo hago porque todo traductor (o estudiante de traducción, en mi caso) que se precie debe pasarse un alto porcentaje de su tiempo sentado delante de la computadora. Y yo me veo obligado a incluirme en este grupo.
Por suerte, el personal de la universidad ha decidido que el grado en traducción cuente con una serie de asignaturas destinadas a los informatineptos como yo. Gracias a ello me tiro unas cuantas horas semanales en el aula de informática, cada vez soy capaz de hacer más cosas y, con un poco de suerte, en un futuro seré un traductor un poco más competente y menos informatinepto. Eso sí, a costa de la nota media que me gustaría…
En cierto modo, se podría decir que los ordenadores son como amigos cargados de paciencia que siempre están ahí, que ayudan con todo lo que pueden y que hacen la vida más fácil para la gente normal. Como no es mi caso, no les dedicaré la entrada de hoy; se la dedicaré a la relación de amor-odio que tengo con ellos… de momento.

miércoles, 6 de febrero de 2013

El puente de los asesinos, de Arturo Pérez-Reverte


No quería volver a actualizar con un libro, pero la falta de ideas y la aparición en escena de mi adorado Reverte han sido dos factores demasiado determinantes…
Iba a empezar diciendo que este libro, último hasta el momento de la saga del Capitán Alatriste, es el más flojo de todos ellos, pero lo cambiaré y lo dejaré en el menos bueno, porque ¿cómo se podría catalogar a este libro de ‘flojo’? Es cierto que la trama no me ha llenado tanto como la de sus seis predecesores, pero ¿qué decir de la capacidad que tiene Reverte/Íñigo de Balboa para transportarte a otro tiempo y a otro lugar? Mientras leía El puente de los asesinos no me encontraba en Salamanca, en el recién comenzado 2013, sino en Venecia, en pleno diciembre de 1627. ¿Y qué decir del lenguaje utilizado? Los términos y expresiones que inundan esta obra son los utilizados allá por el siglo XVII y tienen una magia especial. Por no hablar de las palabras y refranes escritos en el delicioso dialecto veneciano, primo-hermano del italiano y cargado de connotaciones que sólo me traen a la mente recuerdos positivos…
            Al final todo han sido alabanzas y buenas críticas. No podía ser de otro modo: se trata de Reverte. Ya sólo queda esperar a que sigan saliendo títulos de la serie y que estén a la altura de los mejores.