martes, 29 de septiembre de 2015

15º aniversario de la revista Panace@



Hoy se ha celebrado una mesa redonda en honor del 15º aniversario Panace@, revista de Medicina, Lenguaje y Traducción. En ella han participado Bertha Gutiérrez, en calidad de directora de la revista, algunos de los colaboradores habituales… y un servidor.

Ha sido todo un honor, ya que algunos de los participantes eran auténticas eminencias en sus respectivos campos (como lo son la mayoría de los colaboradores) y hasta ha habido retransmisión en streaming. Además, la revista tiene un factor de impacto alto y no ha dejado de crecer desde su creación en el año 2000.

Esta revista, en formato online y de acceso abierto, tiene una periodicidad bianual y en ella aparecen artículos de distinta índole, así como glosarios, monografías o reseñas. Además, también los artículos abordan diferentes temas. Es cierto que siempre giran en torno al lenguaje, la medicina y la traducción, como su propio nombre indica, pero en ellos podemos encontrar una gran diversidad. Por ejemplo, algunos explican cómo se debe traducir un término concreto, otros describen la historia de la lengua o incluyen una recopilación de falsos amigos en una lengua u otra.

Como ya he comentado, su periodicidad es bianual, por lo que salen dos números al año: uno monográfico y otro ordinario. El número monográfico permite profundizar en el tema elegido, mientras que el ordinario recoge toda la diversidad de artículos que ya he comentado. Además, también cabe destacar la inmensa labor de maquetación y de todo el equipo técnico.

Por tanto, recomiendo a todos mis lectores (así, en plural, soy muy optimista) que visiten la página web de la revista Panace@ y lean alguno de los artículos. Seguro que merece la pena. Y yo mismo profundizaré en el tema dentro de poco...

miércoles, 23 de septiembre de 2015

La marca del meridiano, de Lorenzo Silva



Ay, qué bellos son los reencuentros. Sobre todo cuando son tan ansiados y desde hace tanto tiempo como éste. Y es que hacía ya unos cuantos años que no leía ningún libro de Lorenzo Silva (La flaqueza del bolchevique no cuenta, porque fue relectura) y tenía ganas de echarle la mano encima a La marca del meridiano desde que fue publicado allá por 2012. Año en que, por cierto, ganó el Premio Planeta a la mejor novela.

Y es que esta obra no es sólo un reencuentro con uno de mis escritores predilectos, sino también con los personajes que protagonizan la saga: mis queridos Rubén Bevilacqua (siempre me asalta la duda de si sabría repetir el apellido en caso de que se me presentara de improviso) y Virginia Chamorro. Ambos forman una de las parejas a las que más cariño tengo de todas las de la literatura policiaca que ha caído en mis manos.

Este libro también supone un reencuentro con zonas del territorio español que me tocan la fibra sensible (aviso spoiler) y un paseo más por el rico mundo mental del brigada Rubén Bevilacqua, Vila para los amigos. Las divagaciones y reflexiones, tan omnipresentes en las obras de Lorenzo Silva, hacen que esta novela tenga su sello inconfundible y permiten que esté a la altura de lo que esperamos de él. La trama, tan buena como cualquier otra, se ve complementada por dichas cavilaciones y por un gran título... Especialmente cuando sabes todo lo que hay detrás.

Lo cierto es que me cuido muy mucho de afirmar que Lorenzo Silva no es mi autor favorito. Sin embargo, en vista de que la plaza sigue vacante y de que empiezo a conocer su obra en aceptable profundidad, lo que no puedo negar es que es uno de mis habituales y que intentaré seguir leyendo todo lo que escriba. Me gustaría que la saga de Bevilacqua y Chamorro continuara pero, si no, estaré encantado de leer cualquier libro que Lorenzo Silva tenga a bien escribir.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Reflexión sobre... mis propias entradas

Hoy más que una entrada en condiciones me limitaré a compartir con los potenciales incautos que visiten este mi querido blog una breve reflexión. Es poca cosa, pero ya va siendo hora de que actualice con algo, sea lo que sea: no voy a echar por tierra dos propósitos en tan poco tiempo...

Resulta que hace poco me plantearon una cuestión interesante: ¿no es un contrasentido que, con lo poco que me gusta leer sinopsis me dedique a publicar por aquí reseñas de libros? Si es que a lo que escribo se le puede llamar reseña, claro.

No puedo negar que detrás de esta pregunta no haya un planteamiento razonable. Al fin y al cabo, una sinopsis y una reseña pueden llegar a tener muchas cosas en común. Sin embargo, tengo que decir algo en mi defensa: lo que detesto es que se me desvele información que puedo ir descubriendo en el libro (spoilers, como lo llaman ahora). En mis reseñas, por otro lado, intento que esa información sea mínima, poco relevante o, por lo menos, esté presente en las primeras páginas del libro (de esta forma parece que el spoiler está incluso justificado). Normalmente, de hecho, tan sólo expreso mi opinión -y sólo si es buena- y explico cómo acabó el libro en cuestión en mis manos.

Así pues, creo que durante una temporada seguiré manifestando mi odio hacia las sinopsis de las contracubiertas y, con un poco de suerte, seguiré publicando entradas periódicas en las que destripe los aspectos superficiales de los libros que voy devorando.

De hecho, ya tengo una en el horno. Pronto la podrás leer.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Revisar o no revisar, ésa es la cuestión




Después de cuatro años escribiendo en el blog sobre todo lo mínimamente relacionado con la traducción y la interpretación, incluyendo reseñas de libros y batallitas personales, me he dado cuenta de que he pasado por alto una parte fundamental del proceso: la revisión.

Lo cierto es que el término ‘revisión’ es un poco ambiguo. Por un lado, todo buen traductor revisa cada una de sus traducciones unas cuantas veces antes de entregar el producto final. Por otro, en el mercado hay un nicho bastante grande para revisores, que introducen los cambios que estiman oportunos en el trabajo de, en este caso, una tercera persona. Después, puede ser que el traductor original, dependiendo del cliente, reciba dicha revisión y acepte (o no) los cambios.

La pregunta es… ¿Es imprescindible hacer que toda traducción pase por un proceso de revisión? Al fin y al cabo, no deja de ser una forma de cuestionar el trabajo del traductor y que hace que el proyecto se alargue, a veces de forma innecesaria. Además, es habitual que los cambios sean mínimos o incluso inexistentes. Así pues, ¿qué hacemos?

Yo he participado en proyectos de traducción en los que la revisión era un paso obligatorio. Por ejemplo, en mi añorado Munusal, donde participé como periodista, traductor, revisor e intérprete (y, además, me dieron el premio al más fiestero… Pero también al de mejor periodista, ¿eh?). En este caso, se nos pasaba la revisión de nuestra traducción para que fuéramos nosotros los que aceptáramos o rechazáramos los cambios, de modo que el producto final estaba en nuestras manos (para eso luego iba firmado a nuestro nombre). Era una forma de asegurarnos de que no había errores (o de detectarlos y corregirlos si los había) y de mejorar el texto. No obstante, esto también retrasaba mucho el proceso, que se convertía en algo tedioso, y era habitual que los cambios no fueran necesarios, con lo cual el tiempo extra en parte era tiempo perdido e incluso hacía que el artículo dejara de resultar relevante.

Técnicamente, yo creo que el proceso de revisión es algo positivo e incluso ineludible en situaciones muy concretas. Además, reconozco que a mí me gusta mucho revisar y que me divierte cambiar todo lo que me parece mínimamente mejorable. Sin embargo, también creo que la labor de un buen traductor es asegurarse de que este proceso es algo innecesario, puesto que lo ideal sería que las traducciones fueran tan buenas que no se necesitara un proceso de revisión. Además, está la cuestión de dónde situar la fina línea que separa una buena revisión de una mera reformulación de conceptos: al fin y al cabo, si algo está bien y completo, no hay porque cambiarlo; lo fundamental es cerciorarse de que el significado del original no se ha perdido y de que el texto meta no contiene ninguna falta de ortografía, puntuación ni estilo y resulta perfectamente legible.

Conclusión: dejémoslo en manos del cliente. Él verá lo que hace. Y, si está en nuestro poder decidir, optemos por lo que nos dé los mejores resultados… Sin alargar el proceso de forma innecesaria.