Después de haber hablado
acerca del papeleo previo a una experiencia Erasmus y de todas las
angustias que a veces conlleva, he conseguido llegar a mi destino y
actualmente disfruto de tan famosa beca en la teutona ciudad de
Heidelberg. Aquí llevo ya prácticamente un mes y, poco a poco, he
aprendido a sobrevivir entre sus calles y sus gentes, acostumbrando
el oído al brusco idioma germano y adaptándome a la vida en otro
país.
El caso es que los
principios siempre son difíciles. Nada más llegar te das cuenta de
que estás en una ciudad que no conoces y la realidad te da una
bofetada en la cara: aquí vas a pasar una larga temporada y hay
demasiadas cosas pendientes. Por eso, toca moverse: ir a la
universidad, a la oficina de relaciones internacionales, al banco, al
supermercado... (no te rías, es un paso tan imprescindible como
cualquier otro... y puede llegar a ser igual de complicado).
A medida que pasan los
días, por suerte, los problemas se van resolviendo y la lista de
asuntos pendientes se vuelve cada vez más exigua. Además, en ese
periodo ya te ha dado tiempo a conocer a algunos de los que serán
tus compañeros de viaje durante los próximos meses. Las quedadas
Erasmus se suceden día tras día, con caras nuevas en cada fiesta y
vas aprendiendo cuáles son los mejores locales. Además, es muy
enriquecedor convivir con gente de tan diversas procedencias y
también es divertido mantener conversaciones con tantas personas
desconocidas en una noche, sobre todo si al mismo tiempo puedes
practicar uno (¡o varios!) de tus idiomas.
Supongo que por esta
experiencia ya han pasado miles de estudiantes antes que yo y no
puedo aportar nada nuevo. Por ello, creo que sólo me falta mandar un
saludo a mis nuevos amigos de toda Europa... y, cómo no, a mis
compatriotas españoles.