martes, 29 de marzo de 2016

Soy un rebelde



Pues sí, chavales, lo reconozco. Mi lado más perverso puede salir a la luz de vez en cuando, y ahora voy a contar uno de los casos en los que ocurre. Obviamente, está relacionado con la ortografía.

Ya he escrito alguna vez mi opinión sobre los cambios en el lenguaje. Es innegable que un idioma es un organismo vivo, que evoluciona con el tiempo y que, por tanto, no puede quedarse estancado. Sin embargo, también creo que no todos los cambios son todo lo naturales que deberían, por lo menos en el español.

Me explico. Puedo llegar a tolerar e incluso defender la adquisición de anglicismos, o de nuevas acepciones para una palabra. Al fin y al cabo, no son más que cambios que acompañan la evolución del mundo en el que vivimos. Sin embargo, no acabo de estar a favor de algunas de las modificaciones que la Real Academia ha hecho en los últimos años y que, para mí, en última instancia, sólo buscan la simplificación de la lengua.

Ojo. Creo que es un motivo perfectamente razonable y es lo que ha hecho que el español sea lo que es a día de hoy (para empezar, ha perdido las declinaciones del latín, algo por lo que doy gracias); no se puede negar que un idioma siempre tenderá a la economía y la simplicidad. No obstante, también es razonable (y enriquecedor) que un idioma tenga particularidades, excepciones y hasta contradicciones. Es por eso que sigo acentuando ‘sólo’ cuando significa ‘solamente’ y los pronombres demostrativos; y también sigo escribiendo con nostalgia palabras como ‘qatarí’ o ‘whisky’ (ambas aceptadas, eso sí).

La palabra que me ha llevado a escribir esta entrada también podría englobarse en esta segunda categoría, en la de cambios con los que no acabo de estar de acuerdo y que persiguen una simplicidad tal vez un poco artificial. Se trata de ‘guión’, un término que se ha acentuado durante años pero que, por su condición de monosílado, no debería.

Sí, lo admito. Yo la sigo acentuando siempre que mi sustento no depende de ello. No sólo porque me parezca un cambio innecesario, sino porque ni siquiera estoy del todo de acuerdo. Al fin y al cabo, yo lo pronuncio como si tuviera acento y dos sílabas: gui-ón (como ‘rió’), y no sin él (como ‘vio’), independientemente de cuál sea la acepción con la que lo use.

Igual son cosas mías o igual, como he dicho para empezar, es que soy un rebelde. No sé. El caso es que yo me siento más cómodo acentuándolo y creo que lo seguiré haciendo salvo que se me indique lo contrario (cosa que, por suerte o por desgracia, ocurrirá siempre que haya dinero de por medio...).

martes, 22 de marzo de 2016

Pues si hay que revisar, se revisa

Hace unos meses expuse aquí mi duda sobre la necesidad de revisar las traducciones. Comenté los pros (básicamente, que la traducción suele mejorar o, al menos, tú te quedas más tranquilo) y los contras (lleva más tiempo entregar la traducción y a veces el traductor no se siente identificado con el producto final).

Sin embargo, en mi calidad de gestor de proyectos, reconozco que es imprescindible que la traducción se someta a un proceso de revisión. Puede consistir en un "simple" vistazo en el que nos aseguramos de que no se ha quedado nada sin traducir (uso las comillas porque al final siempre es más que un simple vistazo) o un proceso arduo en el que cotejamos cada frase e incluso cada palabra de la traducción con el texto original.

También podemos hacer otra distinción: entre la revisión hecha por el gestor de proyectos (cualquiera de los casos anteriores) o por un revisor externa. Ésta me parece especialmente interesante por un sencillo motivo: a veces trabajamos con encargos a idiomas que no controlamos. Si como gestores de proyectos hacemos revisiones de traducciones directas, no sólo nos aseguraremos de que está todo, sino que también introduciremos cambios que, presumiblemente, mejorarán el texto. En las revisiones inversas o cruzadas, normalmente nos limitaremos a comprobar que está todo y no ha quedado nada por traducir. Pero... ¿y qué ocurre con las traducciones a idiomas que no controlamos? ¿Podemos fiarnos al 100 % del traductor en cuestión? En principio sí, pero son los casos en los que necesitamos la asistencia de un revisor externo, siempre más fiable que los traductores automáticos que, eso sí, pueden hacer que sí nos quedemos más tranquilos.

Si saco este tema a colación es por un par de casos especialmente interesantes que he visto en las últimas semanas. No te preocupes, que seguramente les dedicaré una entrada en el futuro.

jueves, 17 de marzo de 2016

Imprimir o no imprimir, ésa es la cuestión



No, ésta no es una entrada ecológica ni voy a hacer apología del consumo responsable. Evidentemente, creo que hay que evitar el despilfarro de papel y que sólo se debería imprimir lo absolutamente imprescindible (mira, ahí Internet ha prestado una ayuda inestimable). Sin embargo, lo que voy a hacer aquí es una de mis reflexiones lingüísticas y deshacer el entuerto en el uso de ‘impreso’ e ‘imprimido’ como participios del verbo ‘imprimir’.

En realidad no hay gran cosa que comentar. Resulta que el diccionario de la RAE, la Fundéu y, supongo, todos los diccionarios de uso aceptan ambos. Es cierto que el Diccionario Panhispánico de Dudas asegura que ‘impreso’ es más frecuente en Sudamérica e ‘imprimido’ lo es en España, pero no sanciona ninguna de las dos.

¿Qué por qué saco el tema entonces? Bueno, era algo que me rondaba la mente desde que hace unas semanas me corrigieron cuando dije ‘he imprimido’. Aunque estaba convencido de que era correcto, no pude evitar profundizar un poco en el tema. No es que hubiera mucho que investigar, como ves, pero sí me di cuenta de una cosa: yo tiendo a usar siempre ‘imprimido’ como participio de ‘imprimir’ e ‘impreso’ como adjetivo. Supongo que es curioso en cierto modo, pero insisto en que es sólo algo opcional y, en mi caso, inexplicable.

Dicho esto, me voy a dormir. Como no había mucho que comentar,