No me cansaré de
decirlo: nunca leo las sinopsis de los libros. Ni ninguna página
intermedia, ni la contraportada ni críticas más largas de lo
necesario. Ni siquiera las frases con gancho que suelen aparecer en
la portada, debajo del título, y que también dejan entrever
demasiada información. Sí que es cierto, no obstante, que a veces
caigo en la tentación de hacerlo cuando ya he terminado el libro en
cuestión, bien por curiosidad, bien porque es una forma de aferrarme
a la historia una vez ha finalizado. También puede ser por las dos
cosas.
El caso es que eso mismo
me ocurrió con El tiempo entre costuras, esa
novela que estuvo presente en todos los escaparates cuando fue
publicada, allá por 2009. Después de haber devorado las
páginas por docenas, sentí la necesidad de ver qué decía la
sinopsis... y me encontré con un resumen detallado y completo de las
primeras cuatrocientas páginas. Por suerte, también me topé con
una descripción que reflejaba perfectamente mi opinión sobre el
libro: “El tiempo entre costuras avanza con ritmo trepidante
por […], la memoria y la nostalgia”.
Efectivamente, uno no
puede dejar de leer. Línea a línea, página a página, la historia
que la autora (y la protagonista) van tejiendo está llena de acción,
de descripciones deliciosas, de sucesos, de ganas de saber más. Es
una de esas novelas en las que la realidad y la ficción se
entrecruzan sin un límite definido y que sumen al lector en un mundo
tan lejano como cercano, tan ficticio como real. Las ganas de
aprender más afloran casi desde el primer capítulo y el único
impedimento para salir corriendo en busca de una enciclopedia o de un
ordenador con conexión a Internet es el hecho de que resulta casi
doloroso dejar el libro de lado y parar de leer aunque sea durante
unos minutos.
Nada más que añadir.
Sólo recomendarte encarecidamente este libro si buscas una novela
que hable de la historia reciente de España. De momento, yo me voy,
que tengo que seguir leyendo si quiere cumplir mi nuevo propósito de
un libro por semana.