viernes, 26 de mayo de 2017

¿Qué hago yo con esto?



Hoy me ha ocurrido una cosa muy curiosa haciendo la revisión de una traducción y, por algún motivo, me he visto en la necesidad de compartirlo. En el texto original (en alemán) del encargo en cuestión aparecía la palabra Handballen y la opción propuesta por el traductor fue pulpejo (no recuerdo la frase entera, pero lo que decía era que había que usar el pulpejo para pegar una etiqueta en su sitio).

De momento, todo en orden. Si hay que usar el pulpejo para pegar una etiqueta y así evitar que aparezca suciedad en la superficie de pegado, se usa en lugar de la punta de los dedos. Además, la traducción es perfectamente correcta y no había faltas ortográficas ni gramaticales.

Entonces, ¿por qué le dedico una entrada entera a la traducción correcta de una frase no especialmente difícil? Porque, hasta esta misma mañana, no sabía lo que era el pulpejo. Y, como puede ser que tú tampoco lo sepas, te dejo aquí la definición del diccionario de laRAE


Pulpejo: parte carnosa y mollar de un miembro pequeño del cuerpo humano y, más comúnmente, parte de la palma de la mano de la que sale el dedo pulgar.

Ahora, en una traducción hay que tener muchas cosas en cuenta y, a veces, después de asegurar la corrección gramatical, ortográfica y terminológica, hay que plantearse la función del texto con el que estamos trabajando. En este caso (unas instrucciones) era importante que el lector entendiera el mensaje y, en mi opinión, pulpejo no es una palabra de dominio público, o no lo suficiente como para al menos, no plantearse otras opciones.

Después de unos minutos de reflexión y de comentarlo con una compañera de trabajo y de profesión, opté por cambiarlo ligeramente y evitar el término de marras. Eso sí, sin repercusiones en la evaluación del traductor, que al fin y al cabo había hecho su trabajo de forma perfectamente aceptable.

miércoles, 24 de mayo de 2017

No hay excusas



Esta tarde, ojeando un libro sobre traducción, he visto la siguiente frase:

«Un texto difícil de traducir no es motivo para torturar al idioma».

Es una frase que me ha gustado especialmente. Puede parecer una perogrullada, pero es completamente cierta. En el mundo laboral, hay muchas situaciones que nos pueden llevar a entregar una traducción con la que no estemos totalmente de acuerdo por diversos motivos: peticiones del cliente, coherencia con traducciones anteriores… A veces, además, la falta de tiempo no ayuda y, sí, los textos difíciles pueden ser un reto.

Por un lado, es mucho más bonito traducir un texto difícil, porque son los que nos ponen a prueba y los que nos llevan a mejorarnos. Por otro, puede ser que un texto complicado nos haga conformarnos con un trabajo que, sin ser malo, no llegue al nivel de excelencia que todo traductor debería buscar siempre. Bien por terminología, porque el original está mal redactado o porque el tema es muy específico.

No obstante, secundo al cien por cien la frase con la que he comenzado mi entrada. No hay excusas para entregar una traducción que no sea excelente. Y, mucho menos, para torturar un idioma que tantas cosas nos reporta.

domingo, 30 de abril de 2017

Poligamia lectora



Hoy he estado comentando con una amiga y compañera de trabajo los libros que estábamos leyendo. Sí, libros. En plural. Resulta que ambos estamos con varios a la vez al mismo tiempo (libros, insisto).

Para ciertas personas, esto es poco menos que un sacrilegio. Hay quien prefiere centrarse en una historia y no concibe empezar una segunda antes de acabarla. Sin embargo, yo creo que hay muchos motivos para hacerlo. De hecho, casi siempre tengo más de un libro entre manos al mismo tiempo. Es cierto que muchas veces se avanza más con uno que con otro, pero eso no me suele impedir terminar los dos… y que me gusten ambos.

¿Qué por qué lo hago? Como ya he dicho, hay muchas razones. En mi caso, por ejemplo, es habitual que esté un poco condicionado por los plazos de entrega de la biblioteca (sí, soy de esas personas que coge libros de la biblioteca aunque tenga alguno a medias). También puede ser que mi humor me pida un libro más ligero en determinados momentos y me lleve a dejar a medias otro más denso. O, simplemente, que el libro que esté leyendo sea muy grande y pesado y quiera coger uno más finito para, por ejemplo, un trayecto en metro o un paseo por el parque.

¿Hay algún problema en hacerlo? Sinceramente, yo no se lo veo. Puede ser que en algún momento las historias se entremezclen o los nombres de los personajes bailen en el caos lector en que se convierte nuestro cerebro, pero nada que una ojeada rápida a las últimas páginas no solucione. Además, y esto es un punto de vista mío, tal vez un poco particular, cuantos más libros empieces… más libros acabas y más disfrutas de la lectura.