viernes, 31 de julio de 2015

La elección de la segunda lengua extranjera: segunda parte



Como ya comenté el otro día, la elección de una segunda lengua extranjera puede ser un punto de inflexión en la vida de todo estudiante de traducción. El otro día, yo expuse mi situación personal y enumeré algunos de los motivos por los que opté por el alemán en detrimento del francés. Es cierto que tenía un buen nivel de francés y que me gustaba mucho, pero una parte de mí prefirió lanzarse a la piscina con algo nuevo, para así adquirir una lengua más y abrir el abanico de posibilidades laborales y salidas profesionales.

Tal vez te estés preguntando si no podía haber elegido francés como segunda lengua extranjera y haber cursado asignaturas de alemán por mi cuenta. Pues bien, la respuesta es ‘depende’. Es cierto que es perfectamente posible aprender un idioma a nivel profesional sin cursarlo como parte del grado en traducción; pero también es cierto que las asignaturas de la carrera pueden ocupar gran parte de nuestro tiempo y hacer que dejemos de lado todos los elementos extracurriculares. Además, tenemos que tener en cuenta que lo normal en el grado de traducción es irse de Erasmus a un destino de tu segunda lengua extranjera, para así darle un buen empujón y conseguir el nivel que se espera de un traductor y/o intérprete.

Sin embargo, siempre digo que el factor clave para escoger un idioma u otro es QUE TE GUSTE. Resulta tedioso estudiar una lengua que no te atrae, y esa falta de interés hace que la dificultad se multiplique. Soy de los que piensan que es prácticamente imposible llegar a controlar una lengua a nivel nativo (ojo, esto no quiere decir que no se pueda conseguir un buen nivel) y, si a esta dificultad intrínseca de cualquier idioma le sumamos indiferencia por nuestra parte, podemos estar frente a un reto casi imposible de superar.

También me he encontrado en la situación de que alumnos que van a comenzar el grado en el próximo curso me pregunten por las salidas profesionales. Es una pregunta peliaguda, cuando menos, y es que eso de las salidas es algo muy relativo. Por ejemplo, para trabajar en la Unión Europea es muy aconsejable tener alemán. Sin embargo, en las Naciones Unidas el que es imprescindible es el francés. El japonés (que en el grado de Traducción e Interpretación de la Universidad de Salamanca es una opción para cursar como segunda lengua) puede marcar la diferencia, porque no es tan habitual, pero el mercado se reduce a Japón y todo lo relacionado con el país nipón. En cuanto al portugués y el italiano, otros de los idiomas que se pueden cursar en esta facultad (pero, ojo, no como segunda lengua extranjera), también es difícil establecer si uno tiene más salidas que otro. Parece que el mayor número de hablantes de portugués en el mundo y la proximidad de España con Portugal pueden ser factores de peso, pero el italiano goza de mayor importancia en Europa.

Por ello, insisto en que lo importante es que el idioma que estamos estudiando nos guste. Nunca se sabe dónde vamos a acabar ni cuáles van a ser las lenguas que nos van a dar más trabajo. Tal vez alguien decide empezar a estudiar griego moderno porque le gusta (yo no lo descarto, por ejemplo, porque el sonido me encanta) y no tiene ningún problema para ejercer de traductor con esa combinación. Y, al mismo tiempo, puede que alguien opte por el ruso pensando en un mercado más amplio y, sin embargo, se vea desempleado y estudiando un idioma que no le atrae.

Recuerda ante todo que traducción es una carrera muy vocacional y tienes que sentir pasión por lo que estás haciendo. Por ello, intenta familiarizarte con los idiomas ofertados y (si aún no lo has hecho) decide cuál es tu favorito porque, independientemente de las salidas, será el que debes escoger. Tal vez te preguntes si ése fue mi caso cuando escogí el alemán… Digamos que, en mi relación amor-odio con la lengua germana, la parte del amor ha sido lo suficientemente importante como para poder afirmar que, efectivamente, el alemán me gusta. Y, lo que es más importante, no me arrepiento.

sábado, 25 de julio de 2015

No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas, de Laura Norton



A estas alturas, supongo que ya sabrás que no leo las sinopsis de las contracubiertas y que me guío por otros factores a la hora de elegir un libro: el autor, recomendaciones de amigos, o –aunque me duela admitirlo­–  la portada. Uno de esos factores, cómo no, es el título.

Y es que es difícil dar con un título memorable, que sea sencillo pero no demasiado, que sea llamativo pero que no peque de peliculero. También es complicado que, además, dé una idea de lo que ocurre durante la trama y que refleje el estilo del autor (autora, en este caso).

Pues bien, aquí tenemos uno que cumple todo lo anterior. Laura Norton no sólo ha conseguido publicar un libro con un título absolutamente genial, sino que también nos proporciona una lectura amena, agradable y muy divertida, a tono con lo que el título promete. Su estilo es muy fluido y recurre a métodos que captarán toda la atención del lector, por ejemplo, las referencias a elementos tan actuales como Whatsapp® o Instagram®. Además, consigue hilar unas escenas con otras de forma que no puedes dejar de pasar páginas y es fácil conectar con los personajes, algunos de los cuales son absolutamente memorables.

Sin embargo, tal vez lo más destacable es que hay escenas verdaderamente hilarantes. Algunas de ellas pueden parecer normales, pero Laura Norton les saca todo su jugo y utiliza distintas técnicas para ello. Así pues, si te decides a leer esta obra, serás testigo de las andanzas de Sara (la protagonista) y también de sus divagaciones y hasta de sus conversaciones imaginarias. Y no, esta novela no es una especie de libro de autoayuda ni ensayo filosófico que hable sólo del karma (ni de gilipollas), pero tal vez sí que consiga que te sientas en paz contigo mismo cuando la acabes.

jueves, 23 de julio de 2015

La elección de la segunda lengua extranjera



Últimamente estoy algo nostálgico en el blog. Que si la parte escrita de la prueba de acceso, que si la parte oral, que si ya tengo el título y soy graduado en Traducción e Interpretación… Pues ahí no acaba la cosa. Ahora voy a rememorar el momento en que elegí mi segunda lengua extranjera y mi vida dio un pequeño giro.

Resulta que para acceder al Grado en Traducción e Interpretación de la Universidad de Salamanca hay que superar una prueba de acceso en español y en una lengua B. Hasta aquí, todo bien. Sin embargo, el plan de estudios de la carrera incluye una segunda lengua, a escoger entre inglés, francés, alemán y japonés, y de la que, al acabar, se debe haber adquirido un nivel equiparable al de la lengua B (es decir, un C1-C2).

Mi lengua B, como la de gran parte de mis compañeros, es el inglés. Era el idioma que llevaba más años estudiando y con el que me sentía más cómodo. Superé la prueba de acceso y durante el primer año cursé asignaturas de lengua inglesa y de traducción inglés-español. Mientras tanto, mis compañeros se ponían al día con el alemán y el francés (el japonés todavía no era una opción) y yo convalidé un par de asignaturas que había cursado en mi otra carrera para, al menos, tener el número necesario de créditos.

Por aquel entonces, yo estaba convencido de que el francés sería mi lengua C, o mi segunda lengua extranjera. La había estudiado durante años, tanto durante la E.S.O. y el bachillerato como en la Escuela de Idiomas, y estaba bastante contento con mi nivel. Además, me gustaba mucho y quería seguir estudiándola. La única pega era que prefería irme de Erasmus a un destino de habla inglesa y eso era salirse un poco del plan establecido (que contempla irse a un destino de tu segunda lengua extranjera), pero podía vivir con ello.

Sin embargo, a medida que avanzaba el primer cuatrimestre fui cambiando de idea. Por un lado, me seducía la idea de afianzar un nuevo idioma y, por otro, sabía que si no escogía alemán como segunda lengua nunca llegaría a tener un nivel aceptable. Por si fuera poco, un profesor me comentó que, en mi situación, tendría muchas más salidas si me decantaba por el alemán y cursaba el itinerario de interpretación.

Así pues, mi mente preclara decidió que lo mejor era ir a por el alemán. Mis conocimientos básicos me permitieron matricularme en una optativa del segundo cuatrimestre y mi pasión por los idiomas hizo que pudiera dedicarle las horas necesarias. El resultado: ahora soy todo un graduado con alemán como segunda lengua extranjera, he podido hacer un año de Erasmus en Alemania (problema resuelto) y he cursado el itinerario de interpretación, tal como el profesor me dijo… aunque él no lo sabe.