Como buen proyecto de traductor que soy, sigo recibiendo deberes de mis profesores en los que tengo que escribir acerca de todo tipo de temas, siguiendo todo tipo de instrucciones. Aquí te dejo el último encargo de Lengua Española III, espero que te guste.
---------------------------------------------------------
Es innegable que unos
días son mejores que otros. A veces todo nos sale bien y nos vamos a
la cama con una sonrisa de oreja a oreja. Otras, sin embargo, el
destino decide que se lo va a pasar bien a nuestra costa y lo único
que deseamos es irnos a la cama... Pero sin sonrisa en la cara, ni
nada parecido.
En mi opinión, podemos
encontrar ventajas en tanto en los días buenos como en los malos:
gracias a los primeros contamos con buenos recuerdos, que nos alegran
cuando vienen a nuestra mente y que nos dan motivos para seguir
adelante; los segundos nos dan motivos para quejarnos, que tampoco
está nada mal.
Yo adoro quejarme. Cada
vez que me ocurre algo malo, voy corriendo a la primera persona que
esté dispuesta a escucharme y le cuento mis penas con tono jocoso y,
además, con todo tipo de adornos. Lo que sea con tal de escuchar una
frase del tipo «No, si lo que no te pase a ti…». Supongo que hace
sentirme único. Además, debo reconocer que soy muy optimista (casi
podría decir que demasiado) y en el fondo sé que todo acabará por
solucionarse. ¿Entonces, para qué quejarse? Pues porque es
divertido.
Reconozco, sin embargo,
que mi vida carecería de días malos si de mí dependiera. Es
necesario estar mentalmente preparado para hacer frente a las
penurias que a veces inundan nuestras vidas – y yo, por lo menos,
no me encuentro a ese nivel de preparación psicológica. Además,
por muy placentero que sea quejarse, yo disfruto mucho más con las
experiencias positivas: una conversación interesante, conocer a una
persona que merezca la pena, disfrutar de una buena canción o la
lectura de un libro que pueda engancharme.
Además, yo he sido
afortunado y no he tenido que soportar grandes calamidades en mis,
todavía pocos, años de vida. Tan solo podría enumerar cosas
insustanciales: una mala nota, una discusión sin importancia, un
imprevisto que me impide hacer lo que me gustaría, la derrota de mi
equipo de fútbol… Por eso, no me importaría que mi vida siguiera
así. Y, si sobreviene alguna desgracia, que cumpla mis requisitos:
que sea poco importantes, con una solución visible al final del
camino y un bonito hilo argumental que me permita quejarme… un
poco.