martes, 30 de julio de 2013

Piscinas

¿Hay algo más bonito que una piscina llena de gente, en la que los niños chapotean y todos exhiben sus bronceados cuerpos semidesnudos?
Sí, una piscina vacía.

No porque los cuerpos morenos y bronceados no siempre son lo que uno espera encontrar en una revista de modelos. Qué va, no soy tan superficial (todavía). Lo digo simplemente porque pocas cosas consiguen transmitir tanta paz y tanta serenidad como una piscina vacía.

El agua inmóvil, el azul de los azulejos (valga la redundancia), el vaivén de las pequeñas olas, la luz que se refleja en la superficie… Todo contribuye a un equilibrio mágico y perfecto… Hasta que el gracioso de turno decide zambullirse y cargarse la escena. A menos que ese gracioso seas tú mismo, en cuyo caso la magia perdura un poco más. Puedes dar unas cuantas brazadas y sentirte poderoso por haber deshecho algo tan hermoso o puedes bucear para sentirte en completa armonía con las cloradas aguas. Y, aunque esta magia también acaba por desaparecer, al menos durante unos momentos todavía tienes la oportunidad de disfrutar con la vista del líquido elemento, distorsionada por el cristal de las gafas, e imaginar que estás en un cálido mar caribeño, o en el glacial Océano Ártico, según la temperatura del agua.

Hasta que otro gracioso -que esta vez no eres tú- también decide que zambullirse es una buena idea... Y entonces la magia se esfuma irremediablemente.


jueves, 25 de julio de 2013

La importancia de escribir bien (en español)

Hace muchos años, un profesor de lo que por aquel entonces se llamaba ‘Lengua Española y Literatura’ planteó una pregunta para comenzar el curso: cuál era el objetivo de su asignatura. Todos nos quedamos un poco sorprendidos. Tal vez nuestra curiosidad había desaparecido con nuestra infancia. Tal vez la adolescencia no había venido acompañada de una nueva capacidad para cuestionarlo todo. Tal vez, simplemente, nuestro conformismo nos había llevado a una actitud tan pasiva que ni siquiera se nos había ocurrido pensar que había un motivo detrás de esa materia.

Yo por aquel entonces ya presumía de lo bien que escribía. No había faltas de ortografía que mancharan mis redacciones, no faltaban más acentos que los que no ponía por despiste e incluso las comas parecían estar en su sitio. Sin embargo, mi escritura aceptable había llegado a mí de forma tan pasiva como yo había alcanzado la adolescencia. No había un porqué detrás.

Supongo que por eso me quedé callado y esperé a que fuera el profesor el que respondiera a su propia pregunta, algo que hacemos los estudiantes en un porcentaje absurdo de las veces. Alguno de mis compañeros sí que aventuró une especie de respuesta, algo parecido a ‘para escribir bien’, pero eso tan solo trajo consigo una nueva pregunta: para qué servía escribir bien.

La clase parecía animarse y ahora sí que hubo distintas respuestas: para ser más culto, para dar buena imagen… El profesor las dio por buenas, pero valoró especialmente una opción un poco más atrevida: para expresar mejor los sentimientos.

Por algún motivo, esa afirmación se quedó grabada en mi cabeza y, a día de hoy, se ha convertido en la razón principal por la que lucho por escribir de la mejor manera posible. Muchas veces me he refugiado en algo parecido a un diario, en garabatear frases aleatorias o en transcribir la letra de mis canciones favoritas. Iba en busca de consuelo y sé que no lo habría encontrado si mi español no me lo hubiera permitido. Si no supiera escribir (bien) no habría podido expresar lo que sentía y quizá esa incapacidad habría traído consigo frustración y rabia, en lugar del consuelo que yo anhelaba.

Supongo que, por tanto, eso es lo que yo respondería si me preguntaran ahora mismo cuál es la importancia de saber escribir bien.

Habrá quien argumente que no es necesario tener una ortografía impoluta, o una perfecta redacción, para poder expresar sus sentimientos. En ese caso, mi razonamiento sería inválido y tendría que aportar otros motivos que hacen que escribir bien sea tan importante.



No hay problema, porque hay otra razón fundamental - principalmente para los traductores: escribir correctamente también es un medio de vida. El nuestro. Un impecable manejo del español es nuestra carta de presentación, nuestro aliado y nuestra mejor arma. Es lo que permitirá decir, sin errores, todo lo que queremos y es la herramienta gracias a la cual podremos afirmar, con la frente bien alta que somos «un buen traductor».

miércoles, 17 de julio de 2013

Aventura preErasmus

Hace unos meses escribí acerca de la aventura que supone pedir un Erasmus... y conseguirlo. Yo tuve un par de crisis que me llevaron, primero, a optar por otras becas (por si ésta me fallaba) y, segundo, a tener una serie de pequeñas crisis relacionadas con el próximo curso. Pero lo peor es que las sigo teniendo.

Y es que mi experiencia previa al Erasmus está siendo una pequeña odisea. Es cierto que me dieron mi primera opción (¡olé yo!) y que todo tiene muy buena pinta. Sin embargo, también he tenido que pasar por momentos que han puesto a prueba mi paciencia. Por ejemplo, cuando mis futuros compañeros recibieron sendos correos en los que se les informaba de que su documentación había llegado correctamente, mientras mi bandeja de entrada seguía cruelmente vacía (mi correo llegó casi tres días más tarde); o cuando me enteré de que era la universidad de mi ciudad de destino la que asignaba el alojamiento, sin establecer los criterios en los que se basa y sin que nosotros podamos hacer nada, con la impotencia que eso conlleva.

A lo anteriormente mencionado hay que sumarle el hecho de que no voy a poder hacer el mismo curso preparatorio que todos mis compañeros y que mi alemán todavía no está para tirar cohetes.

Pero... ¿sabes qué? Tampoco es para tanto. Ahora es el momento en el que saco a relucir el optimismo que me caracteriza y me digo a mí mismo que todo saldrá a pedir de boca y que no hay mal que por bien no venga.


Por ello, reitero lo que dije en aquella pretérita entrada: el año que viene estaré escribiendo desde Alemania... y tendré muchas cosas que contar.

martes, 16 de julio de 2013

La flaqueza del bolchevique, de Lorenzo Silva

Cuando cogí este libro, finalista del Premio Nadal de 1997 (creo), me esperaba alguna aventura de Rubén Bevilacqua, el carismático agente de policía que protagoniza muchas de las novelas de Lorenzo Silva. Al final, sin embargo, me encontré con un relato crudo, sórdido y un poco escabroso, pero que perfectamente se habría merecido el premio... eso si tenemos en cuenta que no sé quién lo ganó.

Y es que, aunque la forma de escribir de Lorenzo Silva pueda resultar un poco barroca, y hasta retorcida, es magistral cómo juega con las palabras, cómo mezcla el lenguaje más directo con las metáforas más elaboradas. También resultan magistrales sus divagaciones (que son las que dan título a esta historia, que no trata de bolcheviques) y el hecho de que, a pesar de lo crudo y desalentador del libro, tenga partes cómicas que han llegado a arrancarme más de una sonrisa.


Todo eso, sumado al hecho de que no llega a las doscientas páginas y de que está impreso con letra grande (con lo cual la lectura no sobrepasa unas pocas horas) hace que sea totalmente recomendable. Así que ya sabes, si tienes una tarde y la posibilidad de leerlo, dale una oportunidad, puede que te guste.