jueves, 26 de noviembre de 2015

Bienvenidos al mundo laboral



Queridos lectores (soy lo suficientemente optimista como para pensar en plural), creo que ha llegado el momento de anunciar algo. Después de haber narrado algunos de los capítulos más relevantes de la carrera de Traducción e Interpretación (ver aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y... aquí) y de haberme lamentado públicamente del vacío al que uno se ve lanzado una vez termina la universidad, tengo que hacer una declaración: desde agosto trabajo como gestor de proyectos en una agencia de traducción.

Pues sí, tuve la suerte de encontrar un trabajo en este reducido nicho apenas un par de semanas después de tener el título bajo el brazo (en algún momento explicaré cómo fue la búsqueda). Ahora empiezo a dominar mis diferentes labores y creo que ha llegado el momento de hablar al respecto, porque además habrá personas a quienes les puede resultar de utilidad saber algunos de los entresijos de este tipo de puesto.

Como buen optimista que soy, empezaré por lo bueno: tengo un horario (y un sueldo) fijo, estoy en contacto con traductores, revisores y clientes, uso todos mis idiomas de trabajo (y algún otro, llegado el caso) y adquiero experiencia de cara al futuro. Además, he aprendido desde la comodidad de mi silla cómo funciona el mundo del traductor autónomo y he diversificado mis campos de especialidad, que ahora incluyen el uso de programas de gestión o el trato con los ya mencionados traductores  o clientes.

Por otro lado, también hay aspectos negativos: el horario de oficina apenas deja tiempo para nada más, el trabajo de gestión a veces resulta un poco tedioso y la traducción se ve relegada a un segundo plano… Por no hablar de la interpretación.

Evidentemente, todo trabajo tiene aspectos positivos y negativos, y somos nosotros quienes debemos valorar si una cosa compensa la otra. Por eso he querido exponer aquí, brevemente, las ventajas y los inconvenientes más evidentes del trabajo como gestor de proyectos en una agencia, con la esperanza de que a alguien le sirvan de algo. Y más adelante explicaré cómo acabé ahí y por qué…

jueves, 19 de noviembre de 2015

La música del silencio, de Patrick Rothfuss (traducido por Gemma Rovira)



Para los amantes de El nombre delviento y El temor de un hombre sabio, la espera del tercer libro, que cerrará la trilogía, está siendo dura. Tal vez como forma de “compensación”, Patrick Rothfuss ha decidido escribir La música del silencio, que cumple el doble propósito de atenuar esta dureza y de cerrar algunos flecos de la historia del inefable Qvothe.

Como el propio autor explica en el prólogo, el lector no debe pretender encontrar en La música del silencio una continuación de las dos primeras partes. Tampoco encontrará aquí una novela al uso, sino “una historia un poco rara” y que “no hace muchas de las cosas que debe hacer una historia a la manera clásica”. Incluso recomienda al incauto que esté leyéndolo que no lo lea si no es eso lo que busca, lo deje y, en su lugar, empiece por El nombre del viento.

Y lo cierto es que yo no puedo estar más de acuerdo con algunas de sus afirmaciones. Efectivamente, se trata de una novela rara, en la que no hay acción propiamente dicha (ni diálogos, ni personajes, ya puestos) y en la que apenas se echa un leve vistazo al mundo más allá de la Subrealidad. Sin embargo, también es una obra llena de encanto, de ternura, de poesía y de algo parecido a magia. Patrick Rothfuss, por medio de la indescriptible Auri, nos lleva a un mundo paralelo dentro de un mundo paralelo y nos abre su confuso corazón (el suyo propio y el de Auri).

Es cierto que ni el hilo ni la protagonista se podrían calificar de “normales” ni entrarían en la categoría de lo habitual. Pero, por otro lado, ¿cuántos lo son? ¿Cuántos de los protagonistas de las grandes obras son personas normales con vidas normales? Muy pocos. Y tal vez Auri se aleje más de la media de ese concepto de normalidad, pero también es alguien con quien te puedes sentir identificado rápidamente.

Como ya he dicho, hay tanta ternura y tanta poesía en La música del silencio que en el fondo nada de esto importa. Lo que tienes que hacer es relajarte y disfrutar de las líneas que Auri va trazando de la mano de Patrick, o al revés, en los distintos lugares de la Subrealidad y en torno a los objetos que le hacen compañía.

Para terminar, tengo que volver a citar las palabras del propio autor. O, en este caso, de la traductora (en la biblioteca sólo tenían la versión en español… Lo cual ha sido una especie de suerte, porque la traducción es francamente buena): “No es el tipo de historia que puedes vender a un editor. No es el tipo de historia que la gente quiere leer”. Sin embargo, y por muy de acuerdo que esté con él, no puedo dejar de recomendártela.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Los almendros en flor, de Chris Stewart (traducido por Patricia Antón de Vez)



La mayoría de las historias, como nos explicaban cuando éramos pequeños, tiene una introducción, un nudo y un desenlace. Si están bien escritas y siguen una trama interesante, pueden ser capaces de atraparte y de hacer que pases una página tras otra hasta llegar a la última y el consiguiente sentimiento de vacío, que sólo otro libro puede llenar.

No puedo decir que Los almendros en flor siga una trama interesante y, de hecho, ni siquiera pertenece a la tipificada estructura de introducción-nudo-desenlace. Sin embargo, sí que es uno de esos libros que te enganchan de forma inexplicable y, lo más importante, que te hacen disfrutar.

Chris Stewart es un escritor excelente (siempre en mi modesta opinión). Irradia optimismo en cada una de sus palabras y consigue ver el lado positivo, e incluso cómico, de cualquier tipo de situación. Además, su trayectoria vital es increíblemente interesante y su postura ante la vida es tan positiva y optimista como el tono que imprime a sus anécdotas.

Es cierto que Los almendros en flor no sigue un hilo y eso en ocasiones se echa en falta. También es cierto que ya no tiene la frescura que descubrí en Entre limones, su primer libro. Además, se hace raro leer una traducción de un libro que transcurre en Granada, pero éstas son las únicas pegas que le he podido encontrar, pues es una lectura amena y divertida, que ha conseguido arrancarme más de una carcajada (algunas de ellas, en medio de un vagón de metro lleno de gente) y que está a la altura de lo que cabía esperar de este gran autor.

Además, buscando información sobre Chris Stewart he visto que este mismo año se ha publicado en España un nuevo libro suyo. Siempre intento esperar unos meses entre dos libros del mismo autor, pero no lo dejaré escapar.