domingo, 30 de septiembre de 2012

SI TÚ ME DICES VEN LO DEJO TODO… PERO DIME VEN


“Nunca me han gustado los aeropuertos. Siempre he considerado que hay que pasar demasiadas barreras para disfrutar de un avión.
Los controles, las facturaciones, el temor a las pérdidas apestan enormemente en este lugar.
Leí una vez un estudio que explicaba que el corazón de una persona no para de latir a toda velocidad desde que entra en un aeropuerto.
Y esa aceleración es debida a las… Prisas por encontrar el mostrador de facturación, por facturar lo deseado o no facturar absolutamente nada y que te obliguen a facturarlo todo, por obtener el asiento perfecto, por pasar el control de seguridad […], por el nerviosismo del despegue, por aquellos instantes de turbulencias, por el miedo al aterrizaje  […] y por llegar a tu destino final.”


Ya sé que no es propio de mí copiar párrafos ajenos tan largos, pero es que me encantan las descripciones de las pequeñas cosas; de todo aquello a lo que no damos importancia pero que esconde en su interior un microcosmos lleno de estrellas, planetas y satélites. Y, en el fondo, ¿qué otra cosa es un aeropuerto? Un mundo aparte donde las pistas de aterrizaje son las estrellas; los aviones, los satélites, y las personas que pululan de un lado para otro, los planetas.
Yo mismo comencé una vez una serie de “descripciones de pequeñas cosas” entre las que incluí la de un aeropuerto. Tal vez un día la publique, ya veré.

Por el momento, volveré a hablar de uno de mis temas cliché y daré mi humilde opinión sobre una obra de Albert Espinosa: Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven. Es una novela rara, diferente (como todo lo que él hace), pero con un magnetismo propio y exclusivo. El hilo argumental es tan confuso como a los que nos tiene acostumbrados, lo cual no es malo en absoluto. Simplemente refuerza lo que ya he comentado sobre él en alguna ocasión: no es un libro para leer de un tirón y descubrir el final; sino más bien una serie de grandes frases y párrafos dispuestos a lo largo de 201 páginas para descubrir poco a poco.
El título es un ejemplo claro. Once palabras que pueden hacerte pensar en miles de cosas, desde historias románticas hasta canciones de antaño, una declaración de amor y una situación de impotencia al mismo tiempo. Una pequeña obra de parte para dar nombre a otra pequeña (o no tan pequeña) obra de arte.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Bilingües, trilingües y bífidos



Todos y cada uno de los profesores de traducción en interpretación de la universidad de Salamanca insisten a todas horas en la imperiosa necesidad que tiene un futuro traductor de leer a todas horas. Una máxima que, por cierto, yo intento cumplir en la medida de lo posible. Pero si hay algo que un verdadero traductor (futuro o presente) tiene que dominar, es su primera lengua o, en mi caso, el español.
 Lo cierto es que parece una obviedad. Cuando te están evaluando de tu lengua materna no puedes evitar sentir que estás jugando con ventaja. Al fin y al cabo, es una herramienta de trabajo del día a día y nunca llegarás a conocer un idioma extranjero al mismo nivel. Entonces, ¿qué dificultad hay en una asignatura que lleva el nombre de Lengua Española I? Es tu lengua materna, la dominas y no hay más cáscaras.
Sin embargo, eso es una auténtica gilipollez. Una tontería, una chorrada, una sandez, una estupidez, una bobada, una absurdez. Es imposible controlar un idioma hasta ese punto y, aun si llegas a ese nivel, tienes que mantenerte al tanto de los cambios, de las nuevas normas, de los neologismos. Creo que la única meta razonable que puede fijarse una persona normal es la de conocer el máximo número de términos y usar el idioma con propiedad, sin faltas escandalosas ni problemas evidentes de redacción.
Obviamente, no puedo decir que yo me encuentre en ese punto. El hecho de que diga eso y, al mismo tiempo, escriba un blog relacionado (aunque indirectamente) con el tema puede resultar paradójico. Qué se le va a hacer. Lo importante es que hoy he escuchado una frase que me ha iluminado y que merece la pena compartir:

‘En interpretación, lo fundamental es que se os entienda. No importa el acento que tengáis. Hay gente que es bilingüe, trilingüe o bífida. Pero, aunque habléis con acento de Garrido, podéis llegar a ser grandes intérpretes’.

Es una frase de la que se pueden comentar muchas cosas, y probablemente lo haga. Hoy me quedo, no obstante, con lo de bífido. Me parece una analogía absolutamente perfecta. No sólo es un exquisito juego de palabras con los “múltiples” significados de lengua, sino que resulta mucho más acertada. Si partimos de la suposición de que nadie puede conseguir el dominio absoluto de una lengua (significado: idioma), tampoco podrá ser bilingüe. Sin embargo, sí puede contar con dos pequeños apéndices o lenguas (significado: músculo) que, en un momento dado, le resulten útiles. Dichos apéndices no serán instrumentos completos, pero sí parciales. Exactamente igual que la lengua (significado: idioma) de que pueda gozar una persona.
De modo que, cuando me pregunten si me considero bilingüe, ya sé cuál será mi respuesta: ‘más que bilingüe, yo soy bífido’.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Vuelta al cole


Septiembre es el mes de los cambios; de los finales y de los inicios. Es un mes mágico, con lo mejor del verano y del otoño; lleno de oportunidades para vivir nuevas experiencias y para mirar al futuro con optimismo.
También es el mes en el que empiezan las clases. En mi caso particular, este momento y este curso, significa que entraré en materia de traductores y redirigiré el blog hacia un camino más recto y razonable. He estado un poco errático durante todo el verano y he convertido este amado espacio en un cajón desastre donde publicar periódicamente todo tipo de cosas… vinieran a cuento o no.
Así que ahora sólo queda esperar a que mis amados profes propongan temas interesantes, y cruzar los dedos para formarme una opinión al respecto. Aprovecharé para mojarme más y tratar de convertirme en alguien profesional y competente. Tal vez incluso comience a dividir mis entradas por categorías, dame tiempo.
Sin nada más que añadir, ¡que tengas un buen curso!

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Beatriz y los cuerpos celestes, de Lucía Etxeberria


-No entiendo por qué lees esa basura –le dije yo, enfurruñada, no porque censurase realmente sus gustos en materia de lectura sino porque quería llamar su atención. […]
-No me seas fascista cultural, anda. ¿Qué pretendes? ¿Que me pase el día entero leyendo Dostoievski o algo así?


No estoy demasiado familiarizado con la obra de Lucía Etxeberria: sólo he leído Amor, curiosidad, prozac y dudas. Y lo hice porque tuvo el detalle de poner un nombre de medicamento en el título… y porque estaba en mi famoso Los 101 libros que deberías leer. Sin embargo, no bastó para que me aficionara. Si me animé a cogerlo en la biblioteca fue porque estaba buscando Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dimeven y me topé con éste en la misma estantería (Espinosa – Etxeberria). Leí la primera página por curiosidad (no por Prozac, ni por amor) y me encontré con este párrafo… tenía que ver cómo seguía, no podía evitarlo.

Resulta que ya he tenido muchas discusiones parecidas a lo largo de mi corta vida literaria, a veces porque yo no me he limitado a los grandes clásicos. Nada más lejos. De hecho, siempre he leído lo que mi estado emocional me permitía según el momento y, a veces, el cuerpo te pide algo ligero, infantil o, simplemente, inofensivo. Tal vez sea mejor leer un best seller, o una novela juvenil que un clásico que no podrás apreciar en toda su magnitud.

Además, creo que hay que considerar una cosita sin importancia: no todos los best seller son malos. ¿Por qué deberían serlo? Simplemente son libros que se han vendido bien, que ya han gustado a miles de personas antes y que algo bueno tienen que tener.

Así que me pongo en el lugar de Mónica (el personaje en boca del cual pone Lucía Etxeberria las palabras de la cita del principio) y defiendo la libre lectura. ¡Fuera el fascismo cultural!

En cuanto al libro, ha terminado por engancharme. Está enfocado desde una perspectiva totalmente distinta a cualquier otra novela que haya leído, pero aborda los temas de siempre: el amor, la soledad, las dudas, la necesidad de cambio… Todo ello con un hilo conductor muy original. La redacción es impecable, y tiene muchos otros párrafos que merecen la pena y que bien podrían abrir esta entrada... La única pega que le pongo es que la portada, al menos la de la edición que he leído, no está a la altura.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Antes de que hiele, de Henning Mankell


-¿Antes de que hiele o antes que hiele?
-Las dos son correctas.

(Adaptación de un fragmento del libro Antes de que hiele, de Henning Mankell)

Sí, ese fragmento me llamó especialmente la atención porque huele a adaptación de la traductora a kilómetros de distancia. Obviamente, no es lo mejor de un libro que, en cualquier caso, tampoco es nada del otro mundo. Ya sé que ha sido un éxito de ventas y que Henning Mankell es un escritor reconocido, pero no me ha convencido. Supongo que esperaba otra cosa, o incluso que tenía el listón muy alto. Me explico.

Resulta que tengo un libro cuyas sabias enseñanzas me han orientado en tiempos difíciles. Sus páginas recogen consejos y recomendaciones y cumple mi desconcertante obsesión con las listas y los tops. Se llama Los 101 libros que deberías leer; y Antes de que hiele es uno de los elegidos.

Eso siempre hace que las expectativas suban y, además, Henning Mankell llevaba mucho tiempo en mi lista personal. Es un autor sueco (¡bien!) escribe literatura policiaca (¡bien!) y centra la trama de sus novelas en distintos puntos de Suecia y de toda Escandinavia (¡bien!). Además, se le puede considerar una especie de precursor de la ‘Generación Millenium’, a la que pertenecen autores como Camilla Lackberg, Marie Jungsten, Asa Larsson, Arnaldur Indridasson o, en su papel de hombre emblemático, Stieg Larsson (que, por otro lado, es quien dio nombre al grupo).

Y aquí es cuando empieza el problema. Antes de que hiele es una historia correcta, con un desarrollo aceptable (si bien un poquitín pesado) y que plantea temas interesantes. Sin embargo, tras su lectura, me da la impresión de que Henning Mankell no tiene la facilidad narrativa de Camilla Lackberg ni el magnetismo de Stieg Larrson. No consigue la cruda intensidad de Arnaldur Indridasson y los lugares donde transcurre la acción quedan poco definidos: no opta por el clima benigno de Gotland como hace Marie Jungsten ni por unas condiciones salvajes y extremas, como Asa Larsson. Tampoco los personajes resultan demasiado atractivos, aunque tengo la impresión de que eso es un fallo de este libro en concreto, no del autor.

Tras todo lo dicho, podría parecer que la conclusión es algo así como ‘No leas Antes de que hiele si no necesitas completar una lista’. Para nada. En realidad, es una novela que puede merecer la pena y que te hará pensar. Por mi parte, yo no cierro las puertas a este hombre, y no descarto echarle el guante a alguno de sus primeros títulos. Un libro no es, ni de lejos, material suficiente para emitir un juicio (mucho menos negativo) y, como ya he dicho, creo que cualquiera de los otros títulos de la saga pueden tener puntos positivos de los que Antes de que hiele carece. Dejaré pasar una temporada y le daré una nueva oportunidad a Henning. Ya te contaré.

lunes, 3 de septiembre de 2012

POLSERES VERMELLES, PULSERAS ROJAS


Hoy he terminado de ver la primera temporada de la serie catalana, de la que ya comenté que era demasiado buena para decir nada. Sin embargo, eso fue poco profesional por mi parte. Para compensar, aquí te dejo una “crítica” larga y elaborada, en la que repaso los aspectos positivos y los “negativos” de Polseres Vermelles.
Se trata de una serie de TV3, dirigida por un tal Pau Freixas y creada por mi archimencionado Albert Espinosa. Basada en El mundo amarillo, libro escrito por este último, narra las andanzas de una panda de niños en un hospital de Barcelona. Y lo hace con mucho acierto. Para empezar, cuenta con actores excepcionales (la mayoría de los cuales son entrañables jovenzuelos, lo cual da puntos) y con una banda sonora magnífica, compuesta íntegramente por canciones en catalán. Cierto, juega con el moralismo comercial que no podía faltar, pero lo hace de una forma apropiada: sin buscar el morbo fácil, sino la sonrisa tonta. No persigue hacerte llorar, pero consigue que no falte la lagrimilla al final de cada capítulo.
 Otro motivo que ha hecho que la serie me guste tanto es que el verano pasado leí El mundo amarillo y pensé que a esa historia se le podía sacar mucho más partido (por ejemplo, una serie). La vida del autor es fascinante y los relatos que mencionaba eran intensos y entrañables a partes iguales. Sin embargo, el libro quedó en poco más que un manual de autoayuda. Agradable de leer y fuente inagotable de pequeñas joyas (huella inequívoca de Espinosa), no me aportó gran cosa porque, por un lado, yo andaba detrás de una novela y, por otro, no necesitaba ese tipo de autoayuda.
Lo que sí que necesitaba era un empujón para ver la serie, que ya conocía desde hacía meses. Dicho empujón me lo ha proporcionado Antena Tres, que ha emitido (de hecho, a día de hoy, sigue emitiendo) la primera temporada en toda España. Ellos han sido los responsables de que haya podido disfrutarla, aunque lo he hecho en la página web de TV3 y he visto los capítulos en versión original (dicen que siempre es mejor, y en este caso es indiscutiblemente cierto). He desenterrado mis conocimientos de catalán para poder seguirla y, gracias a eso, la serie me ha proporcionado grandes momentos con cada escena; pero también me ha traído recuerdos de una Barcelona que fue mía y de una vida que ya no tengo y que siempre recordaré con cariño; de unos meses que me hicieron madurar, crecer y convertirme en una persona distinta y (espero) un poco mejor.