Me acabo de dar cuenta de
que a veces escribo palabras cuyo uso sé que es incorrecto (o, mejor
dicho, no del todo correcto) y, en vez de buscar una alternativa,
pongo a continuación que es un fallo y que no se debe usar.
Si lo pensamos fríamente,
ese modo de proceder me deja en muy mal lugar. No es algo que podría
hacer en un examen ni en un futuro encargo como traductor
profesional. Entonces, ¿por qué lo hago? Pues porque son errores
que considero poco importantes o, incluso, con los que no estoy de
acuerdo.
Un profesor de la carrera
de traducción siempre decía que 'el diccionario es como papá:
cuando eres pequeño, crees que tiene todas las respuestas, pero con el paso del tiempo acabas replicándole y llevándole la contraria'. Y es que algo tan rico, variado y
complejo como un idioma no se puede aglutinar en un libro. Por eso siempre hay que cuestionar
ciertas cosas.
Por ejemplo, hay muchas
palabras que se dicen con frecuencia y que no están recogidas en el
diccionario. ¿Qué quiere decir eso? ¿Que no podemos usarlas? Claro
que no, es sólo un indicio de que la sociedad va por delante de la
Real Academia o de la institución en cuestión. Esta situación
puede aplicarse a neologismos, formas coloquiales (que no vulgares) o
incluso calcos. Entiéndeme, no estoy a favor del uso indiscriminado
de términos coloquiales ni de calcos, pero algunos están tan
integrados en el idioma que yo a algunos ya los veo perfectamente
lícitos. Y, muchas veces, es sólo cuestión de tiempo que acaben
siendo incluidas en los diccionarios.
Algo parecido se podría
decir de las palabras resultantes de las últimas modificaciones. No
voy a volver a comentar la supresión de 'sólo' (con acento), pero
se me viene a la cabeza el eterno ejemplo de Catar. A mí me gustaba
escribirlo con Q, le daba un toque exótico y me venía muy bien para
jugar al Scatergories, pero resulta que esa Q no es natural en
español, ergo se tiene que que cambiar por la siempre castiza
C. ¿Quiere decir eso que los textos que sigan optando por 'Qatar'
están mal escritos? En mi opinión, no... Aunque tampoco me
arriesgaría a ponerlo en un examen o un encargo.
Lo mismo ocurre con
términos como blog o grandísimo. La primera es un
préstamo: una palabra inglesa que, poco a poco, se ha ido
introduciendo en nuestra vida de forma inalterada. No existía una
traducción en castellano y resulta tan fácil usarla (¡sólo son
cuatro letras!) que la RAE ha caído rendida a sus pies y se ha
apresurado a dedicarle otra entrada. La segunda es un superlativo que
no aparece en el diccionario (hay que recurrir a 'máximo', opción
más correcta), pero que todos usamos continuamente en nuestro día a
día... ¿pasará mucho tiempo antes de que las más eminentes
instituciones lingüísticas de este nuestro idioma la reconozcan
como término de pleno derecho, y no como opción incorrecta? Hagan
sus apuestas...