El fin de una
saga siempre te deja una sensación un poco extraña (ya estamos otra vez con lo
del vacío en el pecho), pero ahora voy a cambiar de tercio. No voy a hablar del
libro, de la saga ni de la película. Voy a hablar de las licencias que se toman
algunos directores a la hora de hacer las adaptaciones cinematográficas, porque
hace poco fui al cine a ver la última película de Crepúsculo y salí bastante impactado por una de esas licencias.
Por un lado,
quería gritar de indignación, de frustración y de rabia. ¿Qué está pasando?
¿Quién ha rodado esto? Por otro, no podía menos que aprobar internamente los
derroteros que estaba tomando el hilo argumental. Y, por otro, acabé extasiado
por un giro de acontecimientos que, en mi opinión, mejoró lo que narraba
Stephenie Meyer en su cuarto libro.
Cierto, hay
que tener mucho ojo antes de cambiar algo. Pero supongo que también hay que
atreverse con algunas cosas porque, aunque no lo parezca, hay mucho que ganar.
Yo diré que la película me gustó tanto o más que el libro, me pareció una buena
adaptación y me hizo desear, una vez más, que no hubiera tantos prejuicios con
lo comercial y los ídolos de masas. Yo tampoco soporto ciertas actitudes de
ciertas personas, pero intentaré que eso no me impida disfrutar de buenos
momentos como el que pasé en el cine hace menos de una semana.
En fin, a lo
que iba. Quienes vayan a ver esta película y hayan leído el libro previamente se
sorprenderán en un determinado momento; pero muchos de ellos, como yo,
aprobarán el cambio hecho por el director. De hecho, creo que la película tiene
justo lo que le falta al libro. Pero no diré qué, a ver si le estropeo la
sorpresa a alguien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario