Hace poco se me planteó
una cuestión relacionada con la traducción. Algo tan sencillo como que a veces
alguien se puede negar a traducir un texto en concreto.
Evidentemente, no es una
situación que se vaya a dar con frecuencia. Parte de los textos que circulan
(y, por tanto, de los que tenemos que traducir) serán bastante anodinos y el
único motivo que podemos tener para no querer traducirlos es el aburrimiento
que nos puede llegar a provocar. Otros serán más entretenidos, pero igualmente
inofensivos y un pequeño porcentaje es el que nos puede poner en esta “delicada”
situación.
La verdad es que hay que
irse a casos un poco extremos. Libros que reflejen una ideología con la que no
estemos en absoluto de acuerdo, canciones con una letra ofensiva, artículos (y
textos en general) escritos por alguien con quien cuyas ideas no compartimos…
Insisto, no es lo habitual que esto ocurra, pero… ¿Qué hacemos si se da esta
situación?
Evidentemente, la mayoría
de las veces podemos “negarnos” a traducirlos. No es raro que los traductores
profesionales tengan que rechazar proyectos (por falta de tiempo, por no
dominar el tema o el idioma…) y nadie va a obligar a nadie. Tal vez lo más
profesional sería aceptar el encargo en cuestión; al fin y al cabo, el
traductor es un intermediario y todo el mundo tiene derecho a entender un texto específico aunque no esté en uno de los idiomas que controle. No obstante, yo opino que sería comprensible no
traducir algo con lo que no vamos a estar cómodos y eso sólo podemos decidirlo nosotros.
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