Ya hace más de una
semana que mi avión aterrizó en el aeropuerto de Madrid y puso el
fin definitivo a mi año en tierras germanas. Atrás dejo
experiencias, recuerdos, nuevas amistades y muchos conocimientos
adquiridos para dar paso a reencuentros y una suerte de renovada
rutina en España.
Aún no me ha dado tiempo
a asimilar todo lo que ha pasado, a adaptarme totalmente a España ni
a planificar el año que viene tanto como me gustaría. Respondo a
las preguntas de '¿qué tal en Alemania?' con un escueto 'No me
quejo' y mi principal prioridad es terminar de deshacer la maleta,
proceso que se está alargando extraordinariamente debido a que
también estoy aprovechando para ordenar mi cuarto e incluso tirar
todo lo que no me sirve.
Sin embargo, creo que sí
que es el momento de hacer balance de mi Erasmus y de todo lo que ha
traído consigo. Tras doce meses en Alemania, en los que he tratado
de sacar el máximo provecho tanto a nivel académico como personal,
hay mucho que podría contar y muchos consejos que podría dar a
todos aquellos estudiantes que se embarcarán en esa misma aventura
en un futuro... Pero como eso me llevaría mucho tiempo (y muchas
entradas), de momento sólo animaré desde aquí a todos los
indecisos. Un Erasmus es una experiencia de la que uno difícilmente
se olvida y de la que se pueden extraer muchas cosas positivas.
Hace poco leí que las
becas Erasmus habían hecho más por la unidad de Europa y por la
interrelación entre los ciudadanos del viejo continente que todas
las medidas tomadas por los gobiernos juntas. Era una forma de defender su existencia y evitar que desaparezcan. Sin embargo, si echo la vista atrás
y me quedo con lo bueno, no puedo menos que estar de acuerdo.
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