viernes, 19 de septiembre de 2014

Cría hablantes nativos...

Hace tiempo, cuando mi estancia en Alemania aún no había terminado, me ocurrió una cosa muy curiosa. Una amiga que también estaba de Erasmus, procedente de Estrasburgo y con un nivel aceptable de alemán, hizo un evento para invitarnos a su cumpleaños. La primera parte de la invitación estaba redactada en alemán, con una correcta puntuación y sin fallos evidentes. La segunda estaba en algo parecido a francés: era un párrafo lleno de abreviaturas y expresiones coloquiales, donde las comas brillaban por su ausencia. Al menos, se dignó poner puntos.

Esto me sorprendió mucho. Es cierto que cuando aprendemos un idioma tratamos de acercarnos a la máxima corrección y que no nos atrevemos a usar abreviaturas o expresiones coloquiales con la misma naturalidad que en nuestra lengua materna. Tal vez pensamos que somos intrusos en un terreno hostil, o no contamos con la seguridad suficiente para ello, pero el caso es que muchos tratan los idiomas extranjeros con un mayor respeto que el propio.

De hecho, parece ser que tenemos una especie de autorización moral para torturar nuestra lengua materna a nuestro antojo. El vínculo que nos une es tal vez demasiado estrecho y ya se sabe que la confianza da asco. También puede que en otras lenguas escuchemos inconscientemente esa voz interior que nos advierte de que seguramente ya estemos cometiendo bastantes errores y que es mejor no arriesgarse. Lo que no podemos negar es que, si hay que torturar un idioma con impunidad, a base de abreviaturas y expresiones informales, elegiremos el materno y nos quedaremos tan anchos.


Es anecdótico que precisamente sean los franceses los que más y mejor torturan a su pobre lengua. Las palabras se ven tristemente mutiladas, mermadas y modificadas, y encima se encargan de rematarlas con una velocidad imposible y un volumen mínimo. Aun así, no pretendo convertir esta entrada en un discurso en contra de nuestros vecinos galos y de su idioma, sólo los pongo de ejemplo para algo que muchos de nosotros ya habremos visto con nuestros propios ojos: los hablantes no siempre son los mejores defensores de una lengua, por muy nativos que sean.

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