Ayer caí en la cuenta de
que hace ya un año de mis primeros exámenes de traducción. Más concretamente,
hace doce meses que entregué el trabajo responsable de mi primera nota; se
podría decir que fue una especie de punto de inflexión, el detonante con el que
empecé esta andadura… todo lo anterior se quedó en una especie de preparación.
El caso es que disfruté
mucho haciendo el trabajo en cuestión y ayer, que por avatares del destino
volví a leerlo, disfruté aún más leyéndolo; por eso te dejo aquí una pequeña
parte de la introducción. Y creo que publicaré algún otro fragmento, así que
espero que te guste.
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Así, lo primero que cabe
preguntarse es ¿QUÉ ES TRADUCIR? ¿Y cuál es la labor del traductor? Supongo que
todos sabemos qué son estos conceptos y podríamos dar una respuesta a estas
preguntas, pero esta nunca sería del todo satisfactoria: “No hay definición
válida cuando todo es válido” (Vidal 1990:11)
Empezando por ¿qué es
traducir?, es necesario aclarar que “aquello de que traducir puede traducir
cualquier idiota con un diccionario (tal y como irónicamente sugería Susan
Basnett) es una falacia en sí misma” (Vidal 2010:20). Traducir es decir casi lo
mismo (Eco 2008 [2003]), “Traducir es amar el lenguaje y la naturaleza en sí
misma” (ibid), es desenterrar el
significado del mismo modo que se puede quitar lo que sobre de un bloque de
mármol para obtener una obra de arte, como decía Miguel Ángel (Hermans en Vidal
2010:20).
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