Después de una larga
noche en vela (noche toledana, que dirían algunos), pude abandonar
la sala de espera y enseñarle mi billete a la amable azafata que
decidía quién podía pasar y quién no. Una vez hube recibido el
visto bueno, nos pidieron amablemente a mis compañeros de viaje y a
mí que siguiéramos avanzando, de modo que atravesamos el siniestro
pasillo y salimos al exterior. Allí nos recibió una bofetada de
frío polar y una niebla tan densa que no pude ver a ninguna de las
personas que me acompañarían en esa breve aventura.
De hecho, la niebla era
tal que no tuve la menor duda de que suspenderían el vuelo y me
quedaría con las ganas de hacer ese viaje que con tanta ilusión
había planeado. O que intentarían despegar, pero el tiempo
climático nos jugaría una mala pasada que quedaría registrada sólo
en la caja negra. Al final, a pesar de mi miedo a morir entre
horribles sufrimientos y en medio de la oleada de estupor en que me
tenía sumido el sueño, escuché cómo el piloto nos daba la
bienvenida a bordo y nos deseaba un feliz viaje. También vi cómo el
avión tomaba velocidad y despegaba. El vuelo FR-7526 con destino a
Pisa acababa de abandonar el aeropuerto de Girona y se disponía a
sobrevolar las aguas mediterráneas durante las próximas dos horas.
Morfeo me acogió en sus
brazos durante ese periodo, hasta que, al final, un leve golpe y una
voz procedente de los altavoces me despertaron. El piloto se
disculpaba por las posibles molestias y nos volvía a dar la
bienvenida, esta vez... al aeropuerto de Génova.
Al parecer no había
podido aterrizar en el de Pisa. Por condiciones meteorológicas
adversas.
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